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¿Niños mal portados?

Hemos leído y escuchado mucho acerca de los niños que “se portan mal”. Según los psicólogos tradicionales, el comportamiento de un niño se considera “malo” cuando, por defecto o por exceso, no se adapta a lo que se entiende como “normal”.

Es una realidad que, las mamás siempre estamos pendientes de lo que piensen lo demás, nos aterra que digan “qué mal educado niño”. Pareciera que nos preocupa más “el deber ser” que la conexión misma con nuestros hijos. Muchas veces también dedicamos nuestra energía a otras actividades y cuando es hora de los niños, se desata un mal humor inmenso, debido al cansancio o al hartazgo, por la rutina y por la entrega que implica.

Aunque cada problema debe ser estudiado de manera individual para descubrir su origen, podemos afirmar que los factores más comunes que influyen en la mala conducta podrían ser:


Falta de amor y aceptación

Yo en lo personal, después de muchos estudios y años de aprendizaje del comportamiento humano en diferentes filosofías, he comprobado que para una persona, de la edad que sea, lo más importante es sentirse amado y aceptado. Todos detrás del enojo o miedo, queremos eso: amor y aceptación. Piénsalo. Cuando un niño siente que no pertenece, que no es visto, que no es apreciado ni valorado, intenta hacerse ver de otras maneras.

En mi experiencia como mamá de tres hijos, cuando un niño sabe que pertenece, que es apreciado y amado, es naturalmente motivado a dar lo mejor que tiene. Cuando un niño comprende su lugar en la familia, y en la vida, y asimila que todas las acciones u omisiones que haga repercuten en su comunidad, cambia su sentido de la vida. En los adultos pasa lo mismo: cuando asimilamos que nuestros actos afectan todas las áreas de nuestra vida y la de los demás, tarde o temprano nos volvemos más conscientes y responsables de nuestros actos.


Falta de actividad física

Partamos de la premisa de que los niños comunes corren, se mueven, gritan, juegan, se emocionan. Son inocentes, son genuinos. Uno de los problemas actuales es que como sociedad, queremos que en su mayoría los niños estén sentados, o que estén encerrados y atentos en un salón de clases, por la mañana, cuando su energía del día está más potente que en todo el día. Se tiene la creencia de que ser hiperactivos es una condición negativa. O peor aún, les prendemos la tele, les damos el Ipad o el teléfono “para que se estén quietos”, pero esa práctica no desfoga la energía que ellos tienen.

Es tan importante la actividad física que en varios lugares como Canadá y Finlandia ahora existen “bicis pupitre” para niños “hiperactivos” o con déficit de atención, y los resultados han sido positivos. Porqué, porque necesitan movimiento. Los medicamentos “controlan los síntomas” de un déficit de atención, y de igual manera el ejercicio. A diferencia de Estados Unidos, en países como Francia, a los niños que presentan la condición de déficit de atención e hiperactividad se les analiza la alimentación y el entorno social y familiar, antes de recurrir a la administración de medicamento.

Un niño que tiene actividad física, cuenta con un mejor rendimiento académico y social. Muchos estudios en todo el mundo han comprobado que practicar ejercicio de manera regular puede modificar el entorno químico y neuronal que favorece el aprendizaje y las relaciones sociales.


Bajo nivel de conciencia

Nuestro estado natural es la paz y la calma, al igual que la felicidad, según la filosofía de Tres Principios de Michael Neil. Son nuestros pensamientos acerca de las circunstancias que nos rodean los que alteran nuestra visión y nuestra experiencia.

Cuando una mente está en un estado de conciencia en paz, en calma, existe la claridad para pensar y hacer cualquier cosa de manera adecuada. En cambio, cuando estamos con una mente atormentada o con mucho enojo, perdemos claridad. Es importante tener empatía y comprender que los niños no siempre están en el mejor estado de conciencia, es decir, lo ideal sería entenderlos para evitar el conflicto y la lucha de poder, y así manejar la situación de manera pacífica. La buena noticia es que siempre vuelven a su estado natural, todos los seres humanos siempre regresan, tarde o temprano.


A menos que haya una condición clínica que lo demuestre, los niños son seres muy inteligentes y entienden perfectamente las situaciones cuando las explicamos en un momento en el que haya claridad en sus cabecitas. Por ejemplo, es inútil quererlos reprender en un momento de crisis, cuando no existe la capacidad para entender el mensaje que queremos transmitirles. Cuando una persona tiene exceso de cansancio o hambre, generalmente no tiene claridad para aprender, y mucho menos está receptivo a un reforzamiento.


Falta de buen trato

Últimamente he observado a muchas mamás que les hablan de manera terrible a sus hijos, lo cual necesariamente hace que su nivel de conciencia baje y se sientan peor, y entonces aparece el miedo y/o la lucha de poder. Cuando hablemos de reglas y sus consecuencias se recomienda que los niños estén en un nivel de conciencia alto, que estén tranquilos, porque se encuentran abiertos para escucharlo, por ejemplo: “necesito que me pongas atención”, “no es sano estarse peleando, mejor negocien turnos”… el mensaje en un tono correcto es recibido con claridad.

Una de las cosas que me he propuesto en los últimos años es evitar gritarles a mis hijos. Como todo, a veces me falla. Pero antes creía erróneamente que era la manera correcta para educar y era un gritadero sin fin. Cuando entendí que tenía que hablarles con respeto, de manera amorosa, empecé a hacerlo. De manera inmediata, ellos empezaron a responder haciendo caso, siendo amorosos y respetuosos también. A los niños les gusta ser escuchados, vistos, entendidos. Definitivamente no les gusta que les hablen mal, y mucho menos que los ridiculicen, los maltraten o los castiguen. La disciplina positiva sugiere hablarles a nuestros hijos en el mismo tono en el que le hablarías a un amigo. Los resultados son impresionantes.


A partir de que empecé a analizar de dónde viene el “mal comportamiento”, mi vida ha cambiado. Las crisis son considerablemente menos recurrentes. Los gritos se redujeron de manera impresionante. Cuando en vez de tener prisa siempre, me dediqué más a contemplarlos, a hablar en “tono de juego”, o hacer bromas en las actividades de la rutina, ellos disfrutan más cualquier actividad, sin que esta sea especial o fuera de lo común.

Sin duda es mucha responsabilidad estar pendientes de lo que necesitan nuestros hijos, y a veces es difícil hacerlo sin gritos ni sombrerazos. Los hijos requieren horas de atención, apreciación y dedicación que muchos padres nos perdemos por la inercia de la prisa, el trabajo, la rutina, etc.


Pero insisto: una buena dosis de amor y aceptación, actividad física, empatía con su estado de conciencia, y buen trato, hace que los niños automáticamente reaccionen diferente, y por lo tanto, su comportamiento mejore.


Es una realidad que en todo momento, con cada cosa que hagas, estás educando a tus hijos, ya que tu ejemplo siembra las bases de su vida.  Cuando asumes eso y puedes contemplarlos como “tu creación más perfecta”, conectas con ellos, y ellos te perciben de otra manera. La relación se vuelve más sana.

Valen la pena los resultados.



Bibliografía:

“Disciplina Positiva” de Jane Nielsen

"The Inside Out Revolution", Michael Neil

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